fotografia de J.L. Romero |
Ricardo Garanda Rojas
( 16 de Mayo de 2015)
Se
me quedó mucho alma
en
la dehesa extremeña.
Mi
adolescencia saltó
con
la rural calma
que
sus gentes enseñan
con
empeño y quehaceres
entre
lagartos y grillos
de
la Luz de Arroyo
a
la calle Sierpes
y
el Camino Llano de Cáceres,
pasando
un rato por Trujillo.
Ahora,
cuando veo al sol
descansar
en su camino
para
beber agua
de
las albercas manchegas,
recuerdo
la sombra de la encina
y
en ella el hermoso toro
ignorante
de su mal destino,
y
pienso que no hay mina
con
suficiente oro
para
apagar ésta lágrima
correcta,
necesaria,
que
mi nostalgia ilumina.
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